22 agosto 2007

Dejar para mañana

Si me preguntaran que es lo que no aguanto de mí mismo no tendría duda y respondería con total certeza: El hábito que tengo de procrastinar todo, esto es, aplazar todas las cosas que tengo que hacer hasta el límite.

La verdad es que siempre, o casi siempre resulto haciendo aquello que he estado postergando. Es más dentro de mí tengo la certeza que cumpliré con lo prometido o con la tarea que se me asignó o con lo que sea que tenga que hacer. Pero algo me dice que no hay razón para hacerlo en ese mismo momento y termino diciéndome a mí mismo, “tranquilo que tiempo es lo que hay”. Con el pasar de las horas o de las semanas me voy dando cuenta de que me está cogiendo el día y me va entrando la típica ansiedad de estas situaciones pero ni siquiera así me animo a hacer la tarea pendiente y sigo procrastinando hasta que llega el último día o la última hora en que puedo hacerlo. Y lo peor de todo es resulto haciendo la tarea y hasta me felicitan.

Y eso no me sirve, porque cuando tenga que hacer algo nuevamente lo volveré a aplazar y aplazar hasta que sea físicamente posible. Y voy eligiendo como siempre la posición más cómoda de no-estrés y no-preocupación. Pero entonces llegan días, como hoy, en los que pienso que esa comodidad puede ser muy peligrosa. Por que procrastinar cuando se trata de tareítas pendientes y bobadas de la casa puede que no sea tan grave, pero cuando me doy cuenta de que estoy aplazando cosas más fundamentales y proyectos más importantes entonces empiezo a odiar esa característica mía y la empiezo a ver como un defecto destetable. Y entonces digo que voy a cambiar, que no puedo seguir así y que me tengo que poner a trabajar en eso de inmediato.

Sólo para darme cuenta de que esto —como muchas otras cosas de mi vida— también lo estoy procrastinando.

5 comentarios:

Saudade dijo...

Hombre parece que me hubiera descrito a mí, y si, también me odio por eso a pesar de que muchas veces he tratado de cambiarlo...

Anónimo dijo...

Pues ya somos tres.

Es la historia de mi vida. Los trabajos de colegio horas antes del plazo final-final-final. Los trabajos de la U horas antes del plazo final-final-final. La tesis... minutos antes del plazo final-final-final. Las vueltas de bancos, impuestos, trabajo ... horas o muchas veces minutos antes del plazo final-final-final.

Lo peor del caso es que yo veo difícil cambiarlo. Vengo sosteniendo desde hace ya un rato que la gente (incluído uno) no cambia sino que aparenta hacerlo y simplemente se transforma o envejece en el proceso. Pero uno es como es escencialmente toda la vida ... no es sino ver lo compañeros de colegio luego de muchos años para darse cuenta que son los mismos pero con menos pelo y mas barriga.

Pero bueno, en nuestra defensa dicen que eso de la procrastinación es cosa de gente brillante. O me lo acabo de inventar, procrastinando ;)

Peter Gallego dijo...

Que no se puede cambiar, que no se puede cambiar... tal vez tengás razón Patton. Esa es de las cosas que no es posible corregirlas auqnue ojalá nos estemos equivocando.

Dejar de procrastinar no sería tan malo si uno lo hiciera con cosas intrascendentes, pero lo serio del tema es que uno lo hace con todo, gasta con lo más importante. Y ahí ya no es tan divertido.

Pero que seamos tres por estos lados si bien no es motivo de orgullo por lo menos es una consuelo.

Saludos y gracias por sus comentarios

Alejandro González dijo...

Como buenos colombianos que somos, todo para última hora, o sino vea: Tan bacano tu comentario de mí en blogotemático,,, (eso fue hace como un mes).

Anónimo dijo...

iba a hacer un comentario, pero mejor lo dejo para mañana. :P